Textos críticos ( español )


Luces y sombras de una bienal
Por Antonio Espinoza. Historiador y crítico de arte

Fragmento del texto publicado en “Confabulario” sobre la obra de Eduardo Romo en la XI Bienal Monterrey FEMSA.
23 de agosto de 2014


“Espléndidas son las dos obras de Eduardo Romo: Cielo raso (2014) y Falso plafón (2014), ambas pertenecientes a la serie Obra negra, producto de una reflexión sobre los materiales de la construcción (aluminio, cable de acero, tabla roca, tornillos, tuercas). Ante nosotros, se presenta lo que no vemos de las construcciones. Todavía más: la espectacularidad de Cielo raso (colgada del techo con cables de acero) se complementa con la blancura ascética y sobria de Falso plafón, que según el artista nos puede remitir a Malevich y Mondrian.”




Folia
Por Helena Braunstaj. Crítica de arte

Fragmento del texto de presentación de la exposición “Folia” en la Celda Contemporánea.
Mayo de 2014


En “Pentámero”, Eduardo Romo escoge un cuerpo geométrico básico -el cubo- y hace que se desarrolle en el espacio: lo multiplica, lo agranda, lo inclina, lo desplaza a diferentes alturas. El cubo de papel blanco puesto en sus cinco variantes, genera un cuerpo escultórico que revela simetrías, ritmos y proporciones distintas, y también, una pluralidad de trayectorias y acercamientos perceptuales. La construcción y desarollo de un elemento mínimo que como alude el título de la obra, se despliega como un verso espacial, contrapunteando con las rugosidades de los sedimentos laberínticos y el caracter de espacialidad múltiple de La Celda.




Múltiples caminos de Eduardo Romo
Por Antonio Espinoza. Historiador y crítico de arte

Texto sobre la exposición ···Continuum, publicado en la “La Pala”, revista virtual de arte contemporáneo.
8 de octubre de 2013


En su célebre ensayo Art after philosophy (1969), Joseph Kosuth cuestiona severamente la pintura formalista y señala que el discurso histórico tradicional del arte ha llegado a su fin. En su lugar el artista y teórico conceptual estadounidense propone una investigación radical de los significantes a través de los cuales el arte adquiere su estatus como tal. Para este autor, la producción artística ya no puede plantearse en términos de estética, sino que debe consistir en una reflexión sobre la propia naturaleza del arte, en una exploración de los mecanismos de la creación y en un análisis de los signos lingüísticos que la integran. Kosuth es categórico: “Ser un artista ahora significa cuestionar la naturaleza del arte”.

Pionero del arte conceptual, Joseph Kosuth marcó el camino que debían seguir los nuevos artistas, aquellos convencidos de que el arte, después de Duchamp, sólo puede existir conceptualmente. En su obra más famosa: One and Three Chairs (1965), este autor incluye tres elementos: una silla cualquiera, la fotografía de la misma silla y una definición de la palabra chair sacada del diccionario. La confrontación de estos elementos plantea el problema de la representación: ¿objeto físico, imagen del objeto o definición del objeto? Con esta obra, Kosuth marcó el paso definitivo hacia la desmaterialización del arte.

Traigo a cuento a Kosuth, porque de unos años para acá Eduardo Romo (Ciudad de México, 1966) inició una reflexión en torno al objeto, con la clara intención de incursionar en forma más decidida en la práctica artística contemporánea. Recuerdo bien que en una plática reciente que tuve con el artista mexicano, expresó su entusiasmo por Kosuth y se refirió a la obra mencionada en los siguientes términos (cito de memoria): “Es una reflexión sobre las formas de representar y expresar la identidad de un objeto: a través de la presencia tangible del objeto, de su reproducción fotográfica o de su descripción lingüística. Es algo que pone en evidencia cómo diferentes lenguajes nos configuran la idea y la imagen de las cosas”.

Eduardo Romo, en efecto, inició hace tiempo una aventura que le ha llevado por caminos que él probablemente nunca imaginó. A tal grado se ha diversificado su producción, que hoy ya no podemos hablar de Romo tan sólo como un escultor, sino como un artista visual por derecho propio. Cargado con armas conceptuales muy sólidas (duchampianas, kosuthianas), Romo sigue trabajando la escultura en madera, pero también hace dibujo, gráfica digital e instalación. Si el año pasado nos sorprendió con una exposición más que afortunada en Ex Teresa Arte Actual (Falsas estructuras), ahora vuelve al ruedo con la muestra: Continuum, inaugurada a fines de agosto en Machado Arte Espacio (Oklahoma 127, Col. Nápoles), en la que nos deja ver los múltiples caminos por los que transita en la actualidad.

Una idea recorre la exposición: la resignificación. Si la escultura de Eduardo Romo se ha distinguido por la configuración racional del espacio (resultado de la vena “arquitectónica” del autor), la exaltación del oficio y la expresividad del material, ahora va más allá y se cuestiona a sí misma. Romo ha convertido diversos objetos cotidianos (discos, ruedas, tornillos, tuercas) en motivos para el arte, en objetos escultóricos de gran contundencia y solidez. Otro sentido tiene la resignificación en las obras con temática floral. Entre ellas se encuentra la que quizás sea la obra más significativa del conjunto: 100 flores (2012), una instalación construida con hornillas de cocina. Romo descubrió la forma floral de estos objetos, se apropió de ellos, los despojó de su función utilitaria, los resignificó y los convirtió en una obra de arte. Y es que este autor, al ampliar su horizonte creativo, se transformó en un auténtico constructor de objetos artísticos. 




Del nomadismo abstracto a la estetización de lo cotidiano
Por Antonio Espinoza. Historiador y crítico de arte

Texto publicado en la revista “Eje Central”.
Marzo-abril de 2009


Being an artist now means to question the nature of art
Joseph Kosuth, Art After Philosophy, 1969
1. El Imperio de la Estética

Fue Alexander Gottlieb Baumgarten (1714-1762) quien acuñó el término estética para designar a una nueva disciplina filosófica encargada de estudiar el arte y la naturaleza de lo bello. En tanto reflexión filosófica sobre el arte, la estética alcanzó su momento climático con Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831). La estética hegeliana (una filosofía espiritual del arte) es una profecía sobre el fin del arte. Es una “oración funeraria”, según el filósofo neohegeliano Benedetto Croce (1866-1952). Más aún: la profecía hegeliana anuncia también el colapso de la estética tradicional. Sucede que gran parte del arte del siglo XX fue una reacción contra el concepto tradicional de estética. Los autores, las corrientes y los movimientos artísticos que en ese siglo cuestionaron la noción tradicional del arte, confirmaron en la práctica la visión apocalíptica hegeliana. Hegel presagió la desaparición de la forma en el arte y éste se “evaporó” a lo largo de esa centuria. Esto fue posible gracias a un largo camino de desconstrucción artística, que fue al mismo tiempo un proceso de desestetización y desdefinición del arte. 

En los años diez del siglo pasado, Marcel Duchamp, mago posmoderno, se sacó de la chistera un urinario que finalmente transformaría el arte. Andy Warhol, icono frío de los años sesenta, se sumó a la empresa y convirtió productos comerciales en objetos artísticos. El resultado de estas posturas subversivas muy pronto se hizo presente. La estetización de lo cotidiano, la idea de que cualquier objeto, por banal u ordinario que pueda ser, es potencialmente un objeto artístico, terminó por imponerse. De pronto, toda nuestra vida cotidiana se volvió estética. En la actualidad todo puede ser arte, ya no existe una delimitación entre el objeto artístico y el objeto cotidiano; la frontera entre el arte y la realidad se desvaneció. 

La estética contemporánea no busca escudriñar en nuestros sentidos para revelar la esencia del arte y el misterio de la belleza. La estética contemporánea se ajusta cada vez más al nuevo régimen del arte. Ya no es una estética de las obras, sino una estética de las actitudes, de las experiencias, de los procedimientos, de los proyectos y las locuras de los artistas contemporáneos. Hoy la estética está en todos lados: en los anuncios espectaculares, las cajas de zapatos, los envases de refresco, las llantas de coche, los partidos de futbol, los pasteles de chocolate…  Hoy la estética ya no se pregunta: ¿qué es el arte?, sino ¿cómo se puede hacer arte?, ¿cuándo hay arte?, ¿por qué razón existe el arte? En la aldea global del arte, ¿alguien puede sustraerse al Imperio de la Estética? 

Mirar al objeto

En el año 2006, Eduardo Romo (Ciudad de México, 1966) dio un giro a su producción. Luego de años de trabajar y experimentar con la escultura, decidió reclamar su derecho a la contemporaneidad y sumarse al arte global de nuestro tiempo. Inició entonces el proyecto: Buscando la otredad, una reflexión en torno al objeto artístico y su relación con el objeto cotidiano. Cuestionando su propio quehacer escultórico, Romo tomó una obra de su autoría, una escultura circular de madera, para buscar objetos similares en el entorno urbano. Durante cuatro meses, recorrió la Ciudad de México buscando los referentes de su pieza tridimensional: aquellos objetos citadinos parecidos a la escultura en su estructura básica, sin importar que el color, el material, el tamaño o la textura de ellos fuera diferente. En palabras del artista, este proyecto fue: la historia de una escultura abstracta que pasea por la Ciudad de México buscando su identidad en los objetos a los cuales cree parecerse o pertenecer a su grupo familiar

Esta historia de nomadismo abstracto tuvo un final feliz. La escultura circular encontró hermanos y hermanas objetuales por aquí y por allá. Romo se encargó de tomar fotografías de estos (re)encuentros familiares para dejar un registro de lo que apenas fue el comienzo de su nueva aventura. 

Tras su descubrimiento de la estética presente en el ámbito urbano, Eduardo Romo decidió ser más ambicioso, ampliar su proyecto para seguir reflexionando sobre el objeto estetizado de nuestro tiempo. En su proyecto actual: Siete miradas del objeto hacia la idea del objeto, reflexiona sobre la estética general que distingue al mundo globalizado en el que vivimos. El proyecto consiste en siete trabajos que son estrategias de acercamiento del artista hacia el objeto cotidiano. En todos y cada uno de ellos, Romo explora la interacción del objeto con su entorno, para hacer evidente que un objeto determinado es sólo un objeto hasta que lo denominamos obra de arte y, al mismo tiempo, que la obra de arte es en sí misma un objeto. Romo se acerca a la realidad cotidiana, centra su mirada en los objetos, los estudia en su contexto, los manipula, analiza su color, su forma y el material con que están hechos, para finalmente descubrir sus cualidades estéticas e incluirlos en su nuevo discurso. 

Consciente de la existencia de una estética envolvente, convencido de que los objetos cotidianos pueden provocar afectos afines a los que despiertan objetos artísticos tradicionales, cierto de que los artistas contemporáneos tienen en este mundo un arsenal casi inagotable para hacer arte, Eduardo Romo inició hace tres años una nueva etapa en su producción, acorde con los requerimientos del mainstream. Para este escultor y artista visual, la producción artística ya no puede plantearse en términos de la estética tradicional, sino que debe consistir (como lo dijo Kosuth en su célebre ensayo de 1969) en una reflexión sobre la propia naturaleza del arte, en una exploración de los mecanismos de la creación y en un análisis de los signos lingüísticos que la integran. Fotografía, obra tridimensional y video, son los frutos que ya está produciendo la nueva aventura artística de Eduardo Romo.



El uroboro de la modernidad o el cisma del imperio de la fe
Por José Manuel Ruiz Regil. Escritor y analista cultural

Texto de presentación de la muestra “Falsas Estructuras”, Museo Ex Teresa Arte Actual, México, D.F.
Julio de 2012


Ruinas embarazadas de ruinas que paren ruinas, es la geometría del espacio virtual que Eduardo Romo pretende conquistar con Falsas Estructuras, un proyecto de construcción efímera dentro de otra efímera escultura –si a las ruinas del tiempo nos atenemos- , y que utiliza la idea de la fe como cimiento de un imperio hoy menguado por la razón, la física y la mercadotecnia. La nave principal del Ex Convento de Santa Teresa se ve preñada por la fecundidad creativa del autor de una sola pieza en dos instancias. Un obelisco, torre o pirámide invertida posicionada de manera vertical y otra horizontal simbolizan el plano cartesiano X, Y de nuestra axiología moral, donde flotan las parábolas dogmáticas, las hipérboles semánticas y las tangentes filosóficas, políticas y económicas que se desmoronan hoy, al vislumbrar, en el amanecer del siglo XXI, la tercera dimensión: el eje impredecible de las Zetas, otorgando valores antípodos y complementarios, al tiempo que exalta y disminuye la calidad o validez de un discurso frente a otro. Principio y fin, positivo y negativo, luz y obscuridad, fe, credulidad y agnosticismo se tocan y trastocan para recrear un nuevo orden de cosas.

Este mecanismo es la gran metáfora, la síntesis plástica que evidencia el cisma en que se encuentra hoy día no sólo la fe, sino la estructura per se de la civilización como la conocemos (diríase la estructuridad) de lo que ha dado sustento a la operación cultural de occidente en los últimos dos mil años. El hecho de que el autor construya estas estructuras -que no son falsas, sino que son reales, pero evidencian una palpable falsedad ex profesa-; y las introduzca como un virus camuflado en la nave principal del ex templo de Santa Teresa, cimbra en su columna vertebral la piedra fundamental de la institución.

El nombre de la exposición contiene una aparente paradoja, más al estilo de un oxímoron que ya anuncia el truco en el que nos va a meter. Por naturaleza, se supone, una estructura no puede ser falsa. Si fuera así no funcionaría. La estructura del DNA que no es una verídica concatenación de acontecimientos bioquímicos, es una mutación que acaba por destruir al organismo que lo contiene. Así es el abordaje que, de la estructura como modelo funcional de la sociedad contemporánea, Romo se plantea cuestionar. Y lo hace a través de estas piezas físicamente contradictorias. Una torre que se va ensanchando a medida que crece hasta que se desborda sobre sí misma es la unidad mínima semántica que expresa el desarrollo de una forma que como el mítico uroboro, cada vez que abre la boca, se muerde la cola, devorándose a sí mismo en su afán depredador. Esta simulación de grandeza deja pistas críticas al devaluar la calidad de los materiales que supuestamente son los cimientos que proyectan solidez y permanencia, develando la falsedad de los eufemismos dogmáticos e ideológicos que sólo han servido para mantener un montaje de guiñol. Tan endeble parece hoy el mito sobre el que se ha construido la administración más grande de la fe, y en la que se ha cultivado el imaginario colectivo de gran parte de la humanidad.

Cual Galileo, quien en su siglo XVI cuestionó el modelo astronómico para demostrar que la tierra no era el centro del sistema planetario, cambiando con ello los paradigmas científicos hasta entonces conocidos, la intervención de Romo nos sugiere cuestionar la lógica de la ecuación altura, tamaño, amplitud igual a grandeza, frente a las fisuras por donde se filtra el detritus de la institución ¿Por qué obviar esta neo-babel de creencias que han degenerado la fe cristiana en escisiones disidentes que buscan respuestas que el clero católico ha negado, creyendo con eso mantener su poderío espiritual sobre las almas? ¿Por qué no mirar del mismo modo todo lo demás y cuestionar estructuras como el contrato social, el trabajo, la economía, la educación, la pareja, la familia, que en su momento ayudaron a construir una civilización que hoy culmina, quizás; y estemos sentados en primera fila asistiendo al día de su desplome? ¿Es acaso, Falsas Estructuras el tráiler previo al largometraje de la destrucción que anuncia el fin de un mundo como lo conocemos para dar paso a otro mejor o diferente; hacia un contenedor más congruente con la humanidad que somos hoy?

En los vestíbulos de la iglesia continúa el discurso, donde el autor mete el dedo en la llaga con doce estructuras multiformes, a manera de sagrarios clausurados, a través de los cuales el espectador podrá confrontarse con el misterio, optar por la fe o acceder a la malicia científica de la comprobación que diluye cualquier dejo de inocencia. Y en la capilla de las ánimas un video que muestra el registro de la construcción de las torres y su eventual desplome. ¿Será que la forma de cada sarcófago sagrado responde a la morfología de su contenido? ¿o es que cada mito adquiere la forma y el tamaño que el creyente le confiere? ¿Será que en el centro del huracán no hay nada? Es ese el tratamiento estructural con que Romo cimbra hoy nuestras creencias poniendo en duda incluso la existencia histórica de Jesús, la improbable virginidad de María o la perversión institucional que obliga a los sacerdotes a la castidad. Queda en el espectador la decisión de acercarse al misterio y develarlo o seguir rendido ante el poder de la mentira.



Páramo orgánico en la línea de producción
Por José Manuel Ruiz Regil. Escritor y analista cultural

Texto sobre la exposicion “Artilugio”, ATRIO Espacio Cultural, México, D.F.
Julio de 2010


Artilugio es la provocación artística de Eduardo Romo, quien en mayo ha habitado una de las salas de Atrio Centro cultural, con un silencio orgánico apenas develado por la luz.

El objeto es un pretexto donde se resumen todas las cosas del mundo. Sin embargo, la elección no es aleatoria. Decantar todas las categorías de instrumentos y herramientas diseñadas por el hombre para llegar al binomio tuerca-tornillo supone un ejercicio de síntesis no sólo material, sino conceptual y espiritual.

La dualidad complementaria del mundo fenoménico, identificada en dos utensilios ordinarios de hierro, sitúan la reflexión estética a partir de la era industrial, para devolver el ánima noble de su interdependencia a la matriz de la reproducción en serie, resignificando la pareja dialéctica en la que no sólo se machi-hembran los opuestos físicos, sino que se unen los polos, se concretan los mundos, se cierran los ciclos, se encuentran hemisferios.

La escala y la materia son discurso también. Objetos vulgares como estos son individuados de su cópula funcional y elevados a la beatitud bajo un capelo que los restalla santos, lejos del ruido de cosas, y de la parafernalia mecánica que los hace invisibles en la cotidianidad. El artificio de Romo es fondo y forma funcional. Su tuerca da otra vuelta en la evolución plástica, al tiempo que la espiral celulosa del tornillo horada el espacio de la conciencia, creando puentes filosóficos entre lo ordinario y lo extraordinario. La aparente simplicidad de la obra es un ejercicio Taoísta que, bien asimilado, se engarza en la experiencia del espectador como resorte que disparará en todo momento la posibilidad de significar lo insignificante tan solo mirándolo único.

La madera tallada semeja la carne, maleable, finita. La dimensión acerca al objeto en un ejercicio inverso a la observación común. En vez de que el sujeto se acerque a los misterios de lo micro, lo pequeño en una fantasía aspiracional de evolución, por medio de la sublimación artística, brinca la barrera de lo inorgánico y sufre una redimensión que lo acerca a lo humano. Entonces su presencia pasa a ser una esencia, interviene el espacio, impele al sujeto, llenando el vacío oscuro con la brillantez de sus oquedades, con la claridad de sus cauces.

Una habitación aforada en negro, un vacío evidenciado por las formas de dos objetos delicadamente bellos, absurdamente inútiles, que sin embargo, contienen el ritmo, la eficacia, el pragmatismo de la industrialización resignificada; una pausa en la carrera de la construcción incesante del mundo, un páramo orgánico en medio de la inercia estéril.



Prototipos similares
Por José Manuel Ruiz Regil. Escritor y analista cultural

Texto sobre la obra de Eduardo Romo en la exposición “Apóstoles del abstracto”, Galería Veracruzana, México, D.F.
Junio de 2013


Prototipos similares ofrece una revisión del espacio a partir del objeto que lo evidencia en una danza alternativa entre la forma y el vacío. Entre el sonido y el silencio, a través de una escultura musical que vuelve sobre sí misma, como un rollo de pianola en el que las notas están señaladas por pequeños orificios practicados al papel. Así puede leerse la madera tallada de estas piezas que el autor ha diseñado a través de la exploración de la forma geométrica perfecta por excelencia: el círculo, del que también evidencia su contraparte. Centro y circunferencia intermitentes a la vista. Dentro y afuera unidos en un objeto detenido. Los discos tallados en madera, horadados algunos en otros círculos concéntricos, que a su vez albergan otros círculos materializados por rondanas y tornillos que sujetan o distancian otros discos equidistantes, son además una sugerencia de modelo para armar; de maquinaria experimental y modular que, como si fuera el mecano con el que un niño descubre nuevos usos a los ángulos y las aristas, el artista dispone y combina para lograr una cierta angularidad estética que sugiere un posible movimiento –o no. Movimiento detenido o a punto de empezar a suceder. Los trazos auxiliares y leyendas inscritas sobre la madera con lápiz o bicolor contribuyen a la simulación del carácter de realidad utilitaria de la pieza. Rótulas, ejes, discos paralelos, bobinas engarzadas talladas en madera restallan el signo de la rueda más allá de lo útil, como la pieza tecnológica más revolucionaria que ha dado la historia de la humanidad. Máquinas imposibles, ingeniería del ocio, juguete estético cuya belleza pone en marcha toda la imaginación.



Procesos
Por Luis Ramagio. Analista cultural

Texto de catálogo de la exposición “Otra mirada a la escultura”, Centro Cultural Sor Juana Inés de la Cruz, Tlalnepantla Edo. de México.
Octubre de 2011


Hay quien piensa que mirar es gratuito...

Como si no fuéramos nada, las cosas del mundo se aglutinan en la mirada humana, buscando generar una ecología mental, una biología del pensamiento, o simplemente subordinados frente a la forma, sagrado atributo de la realidad. En estos tiempos, para entender la humanidad es necesario entender las cosas; porque no somos sin figura.

Una luz insignificante se aparece en el inconsciente humano cuando, irremediables, reconocemos que la realidad nos encierra. Saber que todo lo que somos es una cambiante conclusión de otros seres y estares anteriores, de otras mentes, ajenas, superiores o inferiores, nos compele, nos reduce al proceso.

Pero también en la comprensión de todo proceso es que podemos entender la cosa y su ser. Porque aunque somos expertos evocadores, sublimadores del significado y aventureros de la belleza, somos también cosa. Cuando miramos, miramos cómo miramos y, nos sabemos mirados; voy a mirar al que me lee:

Tu mirada lee mi mirada

Eduardo Romo es, desde siempre, un decodificador. En sus trabajos encontramos una sensible exploración del espacio y el fenómeno de la figura. Pero no hablo de la figura en el implícito sentido de lo antropomórfico o de la forma conocida, sino del trazo condicionado al duro régimen del espacio físico. A él le gusta subrayar el tiempo con accidentes, y desdibujar la noción formal de lo corpóreo a través del silencio, del vacío.

Proceso es un ejercicio “reconstructivo” de todos estos principios. Eduardo Romo revisa la verdad de la figura y sus distintos niveles de elocuencia a través de la traslación de objetos y las cosas a planos más sublimes, o menos “reales” (el plano fotográfico, la escultura, el dibujo, entre otros). Como en una resignificación anatómica, utiliza los principios de la retórica discursiva para instrumentar los procesos de significación que llevan al objeto y la cosa a convertirse en un ser ausente, oculto o “poco importante” frente a la mirada humana.

En su obra siempre encuentra un perverso modo de perderme por el enjambre de razonamientos; una lógica nueva, orbital, se apodera de mis sentidos cuando miro su trabajo escultórico, y ahora, en esta exploración esencial (casi científica) de la verdad plástica y sus misterios, Romo se atreve a desdecir el oficio que lo formó. Pareciera que ahora, está invirtiendo el proceso escultórica, a la salud de una verdad sincera (porque no toda verdad es sincera), capaz de regenerar en el observador “otro” aliento. Es decir, si el escultor “re-presenta”, Romo ahora, está haciendo “des-escultura” al presentar la verdad de lo representable...

En efecto, enjambres así, de lógicas paralelas y de hilos conceptuales abiertos son los nutrientes que llevan al creador hacia su interior. Y el interior siempre provoca un despertar. Romo está en la búsqueda de una lógica sin voz.

¿Para qué? Seguramente para materializar esos principios teoréticos en realidad palpable. Para encontrar en la dimensión de lo cotidiano un respiro “informe” que nos devuelva, cual religión o promesa incumplida, una gota de humanidad, de observación clara, pura, aséptica, de la verdad.



Transposicíon
Por Juan carlos Jaurena Ross. Artista visual y director del Museo Ex Teresa Arte Actual

Texto de catálogo de la exposición “Procesos”, Museo de Bellas Artes de Toluca, Toluca, Edo. de México.
Agosto de 2009


Abrevando de las aguas de las vanguardias europeas de entreguerras (dadaísmo, surrealismo, futurismo, constructivismo y productivismo),  el trabajo reciente de Eduardo Romo nos muestra los nuevos caminos estéticos y conceptuales por los que transita. De formación escultor, Romo incursiona en una nueva etapa de su producción por los territorios de la fotografía, la gráfica y el Ready Made. Más interesado en los sistemas ideales de las relaciones lógicas y espaciotemporales, visiblemente influenciado por artistas como Eduardo Chillida, Constantin Brancusi e Isamu Noguchi; de la misma manera, en su exploración visual retoma el camino de la nueva objetividad haciendo referencia a artistas como Hiroshi Sugimoto y Bernd y Hilla Becher, entre otros. Romo acecha el arte conceptual tal y como  Kosuth afirmaba: todo el arte es conceptual porque el arte sólo existe  conceptualmente.

En su obra reciente el artista desnuda lo esencial, elimina los elementos sobrantes o aquellos que proporcionan un esbozo de su estructura aterrizando, bien parado, en el campo del minimalismo. No me sorprendería que estas obras simplificadas generen corto circuito en el receptor. En esta nueva serie de obras Romo logra realizar la transposición de objetos y contextos extra artísticos a uno artístico y su consiguiente cambio de función con el fin de marcar y, al tiempo, desafiar la idea del arte como un conjunto de tipos de objetos concretos, es decir, subraya la tendencia de Duchamp al elevar los objetos cotidianos a un estatus de arte.

Las obras aquí reunidas son presentadas también como objetos de debate, confrontando al espectador a dialogar de distintas maneras; revelan cierta tensión entre los problemas críticos y formales relativos a la definición y a la identidad artística, así como un interés general para la experimentación cultural.



Una forma en el espacio de la forma del espacio de la forma en el espacio
Por Luis Ramagio. Analista cultural

Texto publicado en la revista “The Luxe and Class.”
Año 5, num. 38, 2003

¿Por qué irnos a donde no estamos?,
si donde estamos nace todo…
Luis Ramaggio

El lenguaje opera siempre en función de una verdad que nace, aun si esa verdad resulta falsa ante los ojos de la obviedad y la estructura de lo real. Nunca puede la realidad cobrar su típica demanda de verosimilitud, porque no es así que se sacia el aliento poético, ni la inspiración creativa; siempre palpita el hálito interior, el ansia de sustraer, y la cadencia del morfema conceptual, Pero en el caso de la taxonomía cósica, la conceptualización de lo entendido tiende mucho a distraer nuestras afecciones estéticas hacia la superficialidad del hombre y el valor conceptual de lo que “existe”.

En las vértebras de la dimensionalidad suelen aparecer vectores y caminos de poca evidencia, momentos que, silentes, dejan escapar gritos de sed a los ojos que no se percatan de sus pequeñas presencias. Hay forma en el interior de la forma.

En el discurso plástico, la metáfora sucumbe ante la celotipia del espacio, mutando estas dos realidades formales el horizontalidad y verticalidad. ¿Qué hay en medio?

Eduardo Romo genera un nuevo lenguaje, cuya estructura conceptual procura de sobremanera la fractura en la predictibilidad del tiempo, logrando así, un acto heroico en la historia de cada objeto.

En su gramática del espacio, el escultor trabaja como si el discurso estuviese en la naturaleza del material mismo, y no en su transformación forzada. Procura heredar al material un pequeño acento de verdad, un recuerdo de valía, por si acaso la autoestima de ese cuerpo, estuviese en cuestión. ¿A quién le habla este artista cuando insuma estas memorias? ¿Al espectador? ¿O al material mismo?

El trabajo artístico de Eduardo Romo supera su propia intención. Al entrar en la semántica de sus espásmicos trazos me rindo a cuenta de que hay un tono primigenio que el artista escucha: la pauta del silencio.

Su obra no promulga la sublimación del espacio, más bien poetiza con la mecánica de la circunstancia y respeta con caricias pulcras, la integridad del caso natural.

Parece que en la sintaxis neuronal de la escultura de Romo, la verdad es un factor desnudable. La anatomía del detalle se presenta en claros esquemas de nociones puras, discrepadas fuertemente en la retórica fundamentalista.

Sería fácil calificar la obra de Eduardo Romo como un concilio entre arte y diseño, y tal vez denotar una temerosa administración del espacio en cuanto a la potencialidad del material. Pero no estoy de acuerdo, ya que es la voz del material al que se enfrenta, quien dicta con exigencia y solemnidad, ser respetada y escuchada con mesura, parece un acto reverente al que este escultor de ontologías se rinde cada vez que la madera habla.

Hay eufonía coral en la factura de las esculturas de Romo, cada incisión es un valor de ausencia, que secuestra de los ojos la necesidad de mirar, para recordar que es ahí, en la inmensidad de la nada, donde yacen sin descanso los nutrientes de la realidad.
Eduardo Romo confiesa a quien lo escucha, el secreto de una arquitectura de la sinceridad, una sinfonía de ritmos sumisos y un sin fin de torsiones de paz.

Su escultura revela la impaciencia que descansa en el olvido de la madera. Poesía prosada, geometría de la causalidad.



Obras en construcción
Por Antonio Espinoza. Historiador y crítico de arte

Texto de catálogo de la exposición “Dos planteamientos-una visión”, Galería José María Velasco, México, D.F.
Febrero de 2004


De las manifestaciones artísticas tradicionales, la escultura es muy posiblemente la que a lo largo del siglo XX más transformaciones (formales y conceptuales) sufrió y sufre hasta nuestros días. El proceso de deshumanización de la escultura que se inició con las vanguardias ha resultado sumamente fructífero y sus efectos perduran a la fecha. Por eso la escultura, a diferencia de la pintura, se ha adaptado mucho mejor a los nuevos discursos estéticos, moviéndose, simultáneamente a través de las formas que éstos dictan. El mismo derrumbe de sus barreras tradicionales le han permitido abordar, explorar y explotar nuevas posibilidades sin tener que renunciar a lo esencial que hay en ella: su espacialidad. Esta capacidad de adaptación antes de ser criticada ha sido aplaudida pues ha abierto rutas que hace un siglo eran inconcebibles.

Liberarse del antropomorfismo permitió a la escultura transitar por nuevos y múltiples caminos. La búsqueda de nuevas formas se convirtió en tarea primordial de los escultores. Es cierto que a lo largo de la historia, el trabajo de estos creadores ha consistido en dotar de formas  a la materia a través de unos procedimientos específicos como cincelar, modelar o tallar. Pero también es cierto que estas actividades tradicionales hoy tienen que convivir con otras actividades más novedosas. Son numerosos los escultores contemporáneos que se dedican a construir objetos artísticos y de ellos no son pocos los que se sienten atraídos por el oficio de los arquitectos.

Uno de estos escultores es Eduardo Romo (México, D.F., 1966), quien se ha dedicado con esmero a construir obras tridimensionales de gran contundencia y solidez. De padre arquitecto, desde los inicios de su carrera en los años ochenta, Romo se impuso la tarea de reflexionar sobre el espacio escultórico a partir de conceptos arquitectónicos para crear obras como si se tratara de edificios o construcciones de ingeniería civil. En toda su obra (el joven escultor ha manejado diversos materiales y ha transitado por varias etapas en su producción) se hace evidente la configuración racional del espacio, que no contradice el carácter emotivo y sensible de su lenguaje.

En su búsqueda afanosa por crear formas esenciales y definitivas, Eduardo Romo ha desembocado recientemente en una abstracción ascética. Las obras escultóricas de su nueva producción no reproducen ni simulan realidad alguna, sino que se erigen con su misma realidad, con una intensidad capaz de producir los más variados impactos visuales. Son auténticas construcciones de madera, obras orgánicas concebidas bajo conceptos arquitectónicos que, en su ascetismo, pretenden exaltar la estructura racional y la expresividad del material en el discurso de la escultura contemporánea. Hoy como siempre Eduardo Romo crea formas tridimensionales cuya presencia estética motiva que la mirada desate el vuelo poético.



La sutil contundencia del espacio
Por Gonzalo Vélez. Escritor y crítico de arte

Texto de catálogo de la exposición “Espacios en desarrollo”, Galería MANA Cultura Internacional, México, D.F.
Julio de 2001


La escultura abstracta, tal vez más aún que la pintura abstracta, apela de manera especial a la motivación interpretativa de quien la contempla. En la pintura la figura se pierde en aras de una captación pura; en la escultura la forma permanece inevitablemente, y el objeto se vuelve más enigmático cuanto más libre. Las manos del escultor abstraccionista deben encontrar un código que permita hablar al material y al volumen y con ello plantear posibles metáforas de significados o de sensaciones. Eduardo Romo lo consigue a través de una sutil arquitectura del espacio escultórico, subrayando simplemente los caminos que el ojo debe recorrer para abarcar cada pieza con el fin de que sea la elocuencia del material la que se exprese en la mayor medida posible. De la escultura basada en la geometría pura Eduardo elude la frialdad matemática, pero conserva sus principios más elementales: el horizonte y el vértigo; de la escultura meramente orgánica retoma el respeto a las cualidades naturales de su materia de trabajo, pero las manipula casi como si llevara a cabo una cirugía invisible. Así, una viga deja de ser una viga, sea vertical u horizontal: el objeto se vuelve engañoso, el ojo pasea por los espacios negativos, los completa, gira hacia el interior de la pieza y aparece por el otro extremo como si hubiera recorrido un túnel, se regodea en la textura amable, descubre accidentes inesperados. La luz incide, crea sombras o vacíos de intensidades variables, la madera habla a través de sus huellas, de sus avatares puestos en evidencia por la intención del escultor, a veces resaltados gracias a la memoria del fuego, a la capacidad significante del fuego, que permite atribuir a una serie de bloques de madera apenas tallados una vivencia poética. En ocasiones el artista plantea un contraste, tal vez un tornillo en el lugar atinado para crear tensiones, para conseguir que el objeto-escultura se cuestione así mismo nuevamente y que refuerce su presencia estética y su misterio espacial. Este misterio de la percepción es el que inquieta a Eduardo Romo, y su interés es el de hacerlo evidente sin mayor alarde que el de la contundencia del espacio escultórico.



Eduardo Romo y su lenguaje abstracto
Por Jorge Alberto Manrique. Crítico de arte

Texto de tríptico de la exposición “Objetos y contenedores”, Instituto Tecnológico Autónomo de México, México, D.F.
Mayo de 1994


Escultura es volumen, espacio, relación entre masa y vacío, materia, textura, a veces color, agua… por muchos que sean esos elementos y otros posibles, el escultor trabaja con una variedad de recursos relativamente limitada frente a otras artes. A cambio de eso, sus objetos tienen una calidad de realidad tangible, se inscriben con una presencia más fuerte, no ilusoria, en el mundo de los otros objetos existentes.

En Eduardo Romo la preferencia es la abstracción, en la que apenas a veces hay cierto envío a la realidad natural, como una sugestión velada. Antes de dedicar su atención a la madera ha transitado por el uso de otros materiales: piedra, piedras artificiales; el juego de formas geométricas predominaba, incluso con referencias a ciertas soluciones de la escultura prehispánica; luego trabajó sobre la oposición entre geometría y accidente. Ahora la madera asume modos más orgánicos, en donde la mano del escultor a veces interviene de modo muy discreto, sólo como para ayudar a que el mismo material se exprese; en otras ocasiones hay una talla y un pulimento sutil, y aún el tratamiento de fuego o laca, o el agregado de elementos metálicos, pero todo encaminado a que la propia madera exprese –por así decirlo- sus calidades constitutivas.



La escultura de Eduardo Romo
Por Berta Taracena. Crítica de arte

Texto de sala de la exposición “Objetos y contenedores”, Instituto Tecnológico Autónomo de México, México, D.F.
Mayo de 1994


La escultura de Eduardo Romo se orienta a soluciones abstractas que le sirven para someter a riguroso control los valores formales de su lenguaje plástico. Sin embargo, el resultado en sus obras es siempre fiel al dato de la realidad, ya que su exigencia de orden y de impronta clásica lo inclinan hacia un discurso denso y robusto, profundamente arraigado en la vida, de la que Romo absorbe las fuerzas más genuinas. Su gusto refinado no renuncia a las exquisiteces de la materia, sea ésta cual sea, vista como base de nuevas experiencias.

En resumen, el talento de Romo para la estructura y la síntesis de las formas, se resuelve en una escultura que refleja el sentido del tiempo y abre el camino a nuevas soluciones fantásticas.



Espacios presentes
Por Rebeca Mingo. escritora y editora

Texto de catálogo de la exposición “Esculturas”, Galería Casa Diana, San Miguel de Allende, Guanajuato, México.
Agosto de 2005


Hay vacíos que saben a ausencia. Vacíos que estallan ante una mirada insistente. También hay vacíos, tan fuertes, que nos arrastran a la profundidad del misterio; a la búsqueda de un no-se-sabe-qué, pero que late continuo en el alma. Tales son los vacíos que Eduardo Romo hace presentes en su escultura.

La arquitectura es, para el escultor, el pretexto esencial que le permite explorar con su obra aquellos espacios que denotan la presencia del vacío. Con razonamientos precisos exalta emociones escondidas en los trazos orgánicos de la madera; trazos que dejan huellas, que invitan a la mirada a recorrer pasillos y túneles, los cuales se cercenan ante un meditado corte transversal, confrontando así, la posible existencia de construcciones simultáneas que no requieren ser visibles para sentir su presencia.

Los objetos sensibles son, entonces, la geometría y la imaginación. Líneas que se irrumpen, se prolongan, se detienen y continúan extendiéndose; erigen entre espacio y espacio vacuas realidades. Construcciones que se impactan a través de la vista en la memoria.

Tras un arduo camino y una indagación persistente con distintos materiales, Eduardo Romo ha logrado crear con su obra no sólo espacios arquitectónicos y abstractos, sino que tal búsqueda impetuosa lo ha llevado a sumergirse, poco a poco, en sus propios vacíos internos. Es ahí donde reflexiona acerca de aquellos espacios que no por estar deshabitados son inexistentes, ya que es el vacío el que nos hace sentir la presencia de nuestro ser y nuestro mundo.



Diálogos con la madera 
Cristina Olmlos / Ariane Díaz. Editoras de Neurona

Fragmento de la entrevista publicada en “Neurona”
Año 1, nº 8, octubre de 2002


La pregunta básica: ¿Por qué la escultura?

¿Qué te puedo decir? Simplemente son elecciones que no sabes si vas tomando o si esta disciplina te tomó a ti. Lo digo por lo siguiente: en el caso de la escultura que es lo que yo hago, cuando tenía pocos años ya estaba con la inquietud de estar haciendo cositas con materiales obviamente no profesionales; y pasan los años y te encuentras haciendo lo mismo, y de repente te preocupas más por la calidad del material, compras yeso, compras barro y en un abrir y cerrar de ojos te das cuenta de que haces lo mismo que cundo eras pequeño pero con formatos más grandes, con un mejor concepto, con mejores materiales; y de pronto alguien te dice: maestro Eduardo Romo, escultor Eduardo Romo, y dices: en la madre, ya soy escultor.

¿Por qué la madera?

Porque es un material vivo, en cierta manera es un material que presenta una textura, una calidez, testimonios del tiempo, el desarrollo de la corteza, el desarrollo de las fisuras, las grietas, cuando está accidentada, cuando tiene semilla, cuando tiene hongo, está húmeda, en fin, todo ese tipo de cosas.

Me di cuenta de que es un material muy noble, que presenta cualidades propias y siento que es un material con el que hay un diálogo; con la piedra no, la piedra impone sus características y tú como realizador también impones una idea, pero la madera es más cálida a final de cuentas porque está viva ¿no?, porque está en constante movimiento.

Eduardo comenta la importancia que le da en su obra a la técnica y al concepto:

Las dos cosas me importan igual. Últimamente el productor se va más por el concepto que por la realización. Con la idea del eclecticismo, a partir de los 70, el posmodernismo, la libertad de técnicas y de diálogo, la gente se está preocupando más por el qué digo, que en cómo lo digo. Ambos para mi tienen la misma importancia: qué dije y cómo lo dije.